Ya llevamos superada la mitad de la época navideña, ya queda
menos para salir de este empacho de buenas intenciones, del centro de Madrid
repleto como si fuera un apocalipsis zombie, de petardos a todas horas y del
mágico buen rollo que hay que tener sí o sí.
No soy un detractor de la Navidad, aunque por lo leído antes
lo pareciera, a mí no me disgustan estas fechas, tienes días libres, vacaciones
si como yo solo estáis estudiando, te hacen regalos, recibes visitas, vamos,
que están moviditas.
Si que me dejan un poso de melancolía, otro mundo es
posible, sí, pero, solo en Navidad, se atiende a los que más lo necesitan, se
es más consciente del otro y de sus circunstancias, los niños con su
enternecedor desconocimiento del mundo son los protagonistas, te puede tocar la
lotería, la que nunca toca.
A principios de año se suelen hacer las promesas a cumplir
para el año venidero, léase, ir al gimnasio, dejar de fumar, encontrar trabajo
si estás en paro, estudiar más, para que no te pille el toro. Pero la realidad
se abre paso, las Navidades se acaban y el mundo sigue exactamente igual que
antes.
También es época de dar gracias por lo que uno ha conseguido
durante el año, ya no te cuento si has tenido un hijo, o los aprobados en clase,
los ascensos en el trabajo, esa chica que tanto te gustaba y que ahora está a
tu lado celebrando contigo la Navidad, el estar en forma, ser más sabio, más
culto, haber tenido experiencias distintas como viajes o haber leído libros que
te hayan encantado, películas también.
Pero como decía antes la Navidad se acaba y el mundo sigue
igual que antes aunque queda todo un año por delante para no parar de hacer
cosas, de crecer, de creer en uno mismo, de probar cosas nuevas, de mirarle a
los ojos al miedo y superarlo, de conocerse mejor, de compartir los buenos
momentos con amigos, familiares, novios o novias, de soñar despierto y en esa
vigilia pelear por tu sueños.
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